H e m e r o t e c a
  1982 - AGOSTO - LA VANGUARDIA
 


Rocío Jurado

Rocío, ¡Ay, mi Rocío!



Lleva, prendido en su jersey, la gracia de España por montera. Andalucía en su acento, en los bailaores que trenzan, a lomos del género de punto, inmóviles danzas.




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 Pasó por Barcelona veloz y ligera.

Una gala en el casino, una nueva entrega de su prodigiosa voz en aras de un agradecimiento.


La Vanguardia - Agosto, 1982 - Por: Josep Sandoval - Fotos: Sergio Lainz 





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La Jurado, que dará muchas vueltas a España este verano. La Rocío, que entre gala y gala, llamará a casa, hablará con su niña, repetirá palabras de amor a su esposo, el boxeador de los puños de oro.


La pillamos en el aeropuerto. Casi provocamos el encuentro allí. Primero el despiste de una telefonista, ineficaz, intermediaria entre nuestros deseos y sus necesidades. Luego, viaje veloz para tenerla, dos horas, en la sala de espera de los vuelos nacionales. Rodeada de maletas y de amigos, compañeros de actuación, que la conocen bien. Hablan una especie de léxico, divertimento que deben haber inventado entre largas horas de espera, antes de las actuaciones, esperando cualquier medio de locomoción.





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Y tiene la Jurado, en esta mañana barcelonesa de sol y aire caliente, ganas de salir a la calle. De darse un garbeo entre los taxistas de la ciudad, cientos, miles, que esperan al cliente como agua de mayo y reciben, como bendición de ángeles anticipada, la sonrisa de la estrella.


Una pose bajo el póster de Marylin, que este año cumple veinte años de su estancia en los cielos, otra frente a la salida internacional, ese despegue prohibido para cualquier cantante español. Luego, una con los del taxi, a petición popular, más tarde ante el mural de Miró.


No hay claveles rojos, hay unas sofisticadas gafas de sol para la andaluza que llegó de la tierra caliente. La bata de cola, que hoy es traje pantalón adquirido en Tejas.


Rocío habla, habla. Inútil preguntarle por ese «Gitano llamado Mateo», que Manolo Sanlúcar ha compuesto para que Su Santidad Juan Pablo II la aplauda en la misma catedral de Sevilla en su próxima visita. Primero, la emoción. Luego la confusión de días y fechas, crucigrama épico y clásico de los artistas en la cresta de la ola. Hoy Barcelona, mañana Albacete, al siguiente Melilla, después Benidorm.




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Poniendo en su «neceser» los útiles para construir la «otra Rocío», la de la pestaña postiza, el rimel, el «rulo caliente» que le destroza el pelo. A petición, se retoca los ojos, se deshace la cola de caballo, que le da un aire juvenil y adopta la pose de maravillosa, aquella que el gran público desea conocer.


Hay un disco nuevo a la vuelta de la esquina, una crítica por una promoción mal efectuada: «Sabes, la había programado una persona y justo en el momento de salir a la venta, se fue de la discográfica y la persona que entró, como siempre pasa en este país, creyó que lo hecho no servía para nada, y se dedicó a sus cosas. Resultado: el disco no se promocionó nada. Y con esas canciones tan preciosas… mira…» y nos canturrea, nada por lo bajo, sino a voz en cuello, algunos pasajes del microsurco.




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Rocío, ¡ay, mi Rocío!, que incluye en sus conciertos algunos de los temas de hondo carisma español. Aquellos para los que posó para Castellví, «y consiguió un premio internacional por las fotos», ataviada con la ropa de sus tierra. Con los faralaes, la peineta y el mantón. Romero de Torres no andaba lejos y, no obstante, dejó que fuera ella misma quien, a pesar de los pesares, se engomara el rizo que, sobre la frente, le da el aire peculiar que el entorno precisaba. El avión, a punto de partir, se lleva por los aires una voz genuina. Rocío, ¡ay, mi Rocío!






Entrevista incorporada gracias a Servando, admirador de Rocío desde Canadá.







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